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¿Pueden los perezosos practicar Ashtanga Yoga?

Ashtanga Yoga, un antídoto contra la pereza

Siendo yo una persona vaga, la práctica de Ashtanga Yoga se ha revelado como un verdadero antídoto contra la pereza. El término sánscrito ālasyā (आलस्य), que suele traducirse como “indolencia” o “pereza”, no designa simplemente la inactividad, sino un estado de inercia interior que entorpece la voluntad y nubla la lucidez. En la tradición del yoga, ālasyā es considerado un obstáculo tanto para el discernimiento como para la práctica espiritual, un freno que impide desplegar plenamente las propias capacidades.

El método de Ashtanga Yoga, con su estructura fija y su énfasis en la repetición diaria, enfrenta directamente esta tendencia natural a postergar, a negociar con uno mismo lo que debería ser firme. En mi caso, lo que al principio aparecía como una rutina mecánica —despertar temprano, extender la esterilla, atravesar una secuencia exigente de posturas— se fue transformando en un espacio de libertad. Al sostener la regularidad, descubrí que la práctica ya no dependía de mis fluctuaciones anímicas, sino que se convertía en un eje estable que ordenaba y sostenía la jornada.

Cuando Pattabhi Jois afirmaba que “el yoga es para todos, menos para el perezoso”, no enunciaba una condena moral, sino una constatación empírica: basta con presentarse y repetir, basta con atravesar cada día esa primera resistencia. Así comprendí que la pereza no se vence con fuerza de voluntad abstracta, sino mediante un método que, precisamente, no deja espacio para excusas.

Ahora bien, esta intuición práctica encuentra hoy un correlato en la investigación neurocientífica. Víctor Hugo decía: “A nadie le faltan fuerzas, lo que a muchos les falta es voluntad”. La neurociencia contemporánea matiza esta afirmación señalando un centro cerebral concreto: la corteza cingulada media anterior (anterior midcingulate cortex, aMCC). Esta región funciona como un auténtico “centro de mando” cuando debemos ejecutar tareas difíciles, mantener la atención bajo presión o superar la incomodidad. Es, en términos simples, el interruptor de la persistencia.

La evidencia científica muestra que el aMCC cumple tres funciones decisivas:

  1. Motivación frente al esfuerzo, pues permite pasar de la intención a la acción evitando la rendición prematura.

  2. Resiliencia y tolerancia al dolor, al procesar la dimensión motivacional del sufrimiento (“vale la pena aguantar porque hay un propósito”).

  3. Control cognitivo y toma de decisiones bajo estrés, manteniendo un plan frente a distracciones y recompensas inmediatas.

Lo más relevante es que este circuito puede entrenarse. Igual que un músculo, se fortalece al ser expuesto de manera repetida a contextos de esfuerzo sostenido. La investigación apunta a varias vías: prácticas de resistencia física, tareas cognitivas de alta demanda, exposición voluntaria al malestar controlado (como duchas frías o ayunos), y, de manera muy significativa, disciplinas contemplativas como la meditación Zen o el propio Ashtanga Yoga. La repetición diaria de posturas desafiantes, acompañadas de respiración rítmica y concentración sostenida, constituye un entrenamiento integral de esta red neuronal.

Sin embargo, he comprobado que no basta la disciplina en abstracto. La neurociencia muestra que la activación del aMCC es más intensa cuando la tarea está investida de significado. El amor por la práctica y la claridad de propósito potencian el sistema dopaminérgico, que regula la motivación y el placer. En otras palabras, la disciplina sin amor deriva en automatismo y agotamiento, mientras que el amor sin disciplina se disipa en entusiasmo inconstante. Solo la conjunción de ambos —esfuerzo sostenido y conexión profunda con la actividad— genera un círculo virtuoso: el esfuerzo alimenta el amor, y el amor da sentido al esfuerzo.

En este sentido, mi experiencia confirma que Ashtanga Yoga no es únicamente una técnica corporal ni un medio de autoconocimiento, sino también una pedagogía de la voluntad. Cada mañana, al repetir la secuencia, no solo entreno músculos y articulaciones: entreno la corteza cingulada media anterior, fortalezco el hábito de atravesar la resistencia y cultivo una motivación sostenida que se extiende a otras dimensiones de la vida.

Podría resumirlo así: ālasyā es la sombra que me invita a la inercia, el aMCC es el interruptor cerebral que me permite resistirla, y Ashtanga Yoga es el puente que articula ambas dimensiones. Entre la sabiduría antigua y la ciencia contemporánea se revela la misma enseñanza: la claridad y la energía no se esperan, se conquistan en el acto mismo de practicar.


“El yoga es para todos. Cualquiera puede practicar: anciano, joven, muy anciano, enfermo, débil… Todos, menos el perezoso. La gente perezosa no puede practicar Ashtanga Yoga”
“El yoga es para todos. Cualquiera puede practicar: anciano, joven, muy anciano, enfermo, débil… Todos, menos el perezoso. La gente perezosa no puede practicar Ashtanga Yoga”


 
 
 

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